A la izquierda observamos un bolso sin logotipo; a la derecha, el mismo bolso, pero adornado con el logotipo de una prestigiosa marca de lujo.
Ambos artículos son idénticos en diseño, color y materiales. Sin embargo, presentan una diferencia crucial: el logotipo y, en consecuencia, su precio.
Mientras el primero se comercializa por 30 euros, el segundo alcanza un valor de 3.000 euros.
¿Qué nos enseña esta simple comparación?
Nos revela el formidable poder de la marca y la construcción del valor percibido.
Aunque el producto físico es esencialmente el mismo, el elemento que transforma radicalmente su valoración es el logotipo: un símbolo cargado de significados intangibles.
Esta situación ilustra magistralmente una afirmación de Seth Godin:
"Una marca no es un logotipo; una marca es una promesa, una expectativa de experiencia."
El logotipo, más allá de identificar, construye valor, genera estatus y despierta emociones profundas en el consumidor.
Si uno no está vinculado al mundo del marketing, puede tender a subestimar el impacto de este símbolo. Sin embargo, les invito a reflexionar brevemente con dos preguntas esenciales:
- ¿Se consideran consumidores racionales o emocionales?
- ¿Realmente pagamos por la calidad objetiva o por la ilusión de pertenencia?
Permítanme ser sincero: yo tengo muy claras mis respuestas. Un bolso de Louis Vuitton no solo transporta pertenencias... transporta aspiraciones y sueños.
Valor simbólico y valor percibido son conceptos esenciales para comprender esta dinámica.
Como nos enseñó Philip Kotler, los consumidores no adquieren simplemente productos; adquieren significados, estatus y la promesa de una identidad deseada.
Un bolso de Louis Vuitton, entonces, no se limita a su funcionalidad práctica: es una manifestación pública de riqueza, gusto y pertenencia a un grupo social privilegiado.
Por su parte, la Teoría del Capital de Marca de David A. Aaker nos señala que:
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Una marca sólida incrementa significativamente la disposición del consumidor a pagar un precio superior.
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El logotipo actúa como un garante de experiencia, prestigio y calidad esperada, incluso cuando el objeto físico es casi idéntico.
Finalmente, no podemos obviar el Efecto Veblen, descrito por Thorstein Veblen a finales del siglo XIX, que explica cómo ciertos productos aumentan su demanda precisamente a medida que su precio se incrementa, al ser consumidos como símbolos de estatus.
En este caso, el precio exorbitante no constituye un error, sino una parte esencial del atractivo del producto.
En conclusión, en un mercado saturado de productos similares, el verdadero diferenciador no es el objeto en sí, sino el significado que somos capaces de construir en torno a él. La marca no solo vende un producto; vende una narrativa, una emoción y una aspiración.
Etiquetas: marca
# escrito por bloger en prácticas @ 12:33